Coronel Aureliano
Buendía
Hijo
de José ArcadioBuendía y Úrsula Iguaràn. Es la primera
persona en nacer en Macondo. Cuando tenía cinco años conoce a Melquiades y recordaría por siempre aquel momento en que le empieza a contar a él y a José Arcadio, historias fabulosas. Cuando
tenía tres años su madre pone bien puesta una olla en la mesa y este da una
premonición de que se va a caer, empezando a rodar y efectivamente cayéndose.
Su madre le contó asustada el fenómeno a su esposo pero este ajeno a lo de la
casa no prestó atención.
Cuando
su hermano empezó a escaparse de noche donde Pilar Ternera, lo esperaba despierto
para que le contara todas sus peripecias, sintiéndose asustado y feliz con las
historias; se empezó a identificar con él y empezaron a sentir incluso el mismo
desprecio por la alquimia y la sabiduría de su padre, hasta que este se escapó
con una gitana y Úrsula va a buscarlo.
Cuando
su madre regresa junto con otras personas y su padre se ocupa de ordenar el
pueblo por los habitantes nuevos, Aureliano Buendía se encierra en el
laboratorio y aprende el arte de la platería. Ya es un preadolescente y se
vuelve misterioso y solitario, así que su padre le da dinero y las llaves para
que salga y consiga alguna mujer pero resulta comprando ácido muriático. Por
este tiempo ya habían mudado de dientes Arcadio y Amaranta y es cuando le dice a su madre, como
premonición, que alguien va a venir, refiriéndose a Rebeca.
En
el tiempo en que volvió Francisco el hombre, un trotamundos de casi doscientos
años que cantaba historias por los pueblos, Aureliano Buendía fue a escucharlo
a la tienda de Catario y entró a medianoche, por culpa de la matrona del lugar,
donde una prostituta con la espalda quemada. Aureliano se sentía indiferente y
terriblemente solo, así que no pudo hacer nada.
Tiempo
después Don Apolinar, un corregidor público, había sido expulsado por José ArcadioBuendía por querer dar órdenes en Macondo. Cuando regresa con su
familia, Aureliano Buendía acompaña a su padre a hablar con él y es donde
conoce a RemediosMoscote, una niña de nueve años cuya imagen queda estorbándole en su
mente. Empieza a buscarla en todo lado, evocándola en su imaginación o pasando
en vano por su casa, pero no la encuentra. Una vez esta se aparece en el
taller; él la llama y le ofrece un pescadito de oro pero la niña asustada sale
corriendo. Enamorado, se fue una vez a tomar con Gerineldo Márquez y Magnifico
Visbal, sus amigos, y después de estar borracho va donde Pilar Ternera con la que se acuesta.
Le confiesa a ella quién es su enamorada y ella se dispone a ayudarle para que
puedan casarse. Ya cuando la niña parece querer, él habla con sus padres los
cuales van a hablar con los Moscote, pero se rehúsan a la boda pues ella aún no
ha menstruado. Mientras tanto le empieza a escribir y a leer a la niña. Pasado
unos meses va Pilar Ternera al taller y le confiesa que está embarazada.
Aureliano Buendía acepta el hijo. Cuando Remedios tiene por fin el periodo
empiezan los preparativos para la boda; todos están felices menos Rebeca por
que no ha podido casarse con Pietro Crespi por el rencor de Amaranta.
Remedios se
hace cargo del hijo de su esposo llamado Aureliano José. Aureliano Buendía y Remedios van
todas las noches a visitar a los Moscote. Ella le había dado la justificación que
le hacía falta para vivir
Cuando
José Arcadio regresa trata de revivir los momentos
de la pero este solo tiene memorias del mar. Aureliano se preocupa por él
cuando se casa con Rebeca comprándole objetos para la casa. La muerte repentina
de Remedios no produjo la conmoción que temía. Fue más bien un sordo
sentimiento de rabia que se volvió frustración solitaria y pasiva. Por la época
de elecciones en que Apolinar quita las papeletas rojas y decomisan los cuchillos
para siempre, Aureliano se indigna, pero no se une al complot de asesinar a la
familia de este.
Visitaba
a José Arcadio y a Rebeca y de noche jugaba dominó con su suegro. Al almuerzo
habla con Arcadio que ya es un adolescente
monumental exaltado con la guerra, prendiendo en la escuela la fiebre liberal,
reprochándole su carácter débil. Cuando el ejército empieza a asesinar
personas, Aureliano Buendía va donde
Gerineldo y le dice que aliste los muchachos para la guerra. Veintiún hombres
menores de treinta años se toman la guarnición por sorpresa y deciden irse para
unirse inmediatamente a las fuerzas de Victorio Medina que estaba por Manaure. Deja
entonces a Arcadio como jefe civil y militar de Macondo. Antes de irse saca a
Apolinar de un armario y le garantiza su seguridad, llamándose desde aquí el
coronel Aureliano Buendía.
Perdió
treinta y dos levantamientos, tuvo diecisiete hijos, escapó a catorce
atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento.
Sobrevive a un veneno en el café que podría matar un caballo. Rechaza una orden
de mérito del presidente. Fue comandante general y el más temido por el
gobierno. Nunca se dejó tomar fotos. Se negó a la pensión y vivió de sus peces
de oro que fabricaba. Cuando lo vuelven a traer para fusilarlo al término de la
guerra, Úrsula le visita y le da ropa y un arma. Le dice que no le suplique a
nadie para salvarlo y que haga como si lo hubiesen fusilado hace tiempo.
A
principios de adolescencia, consiente de sus presagios, pensó que la muerte se le
anunciaría con una señal, pero aún no se manifestaba ni siquiera minutos antes
de ser fusilado. A veces se le anunciaba algo pero de repente, como una ráfaga,
cosa que le salvó varias veces. Antes de ser fusilado José Arcadio con una
escopeta detiene a los seis hombres y le salva, pues una nueva guerra había
empezado. Todos se van pues el general Victoria Medina iba a ser fusilado. Al
llegar ya ha sido asesinado, así que proclaman al coronel como jefe de las
fuerzas revolucionarias del litoral Caribe con el grado de general. Arma
entonces a mil hombres pero todos son exterminados. Por medio del telégrafo se
divulga por todas partes que ha sido asesinado pero días después hay una revuelta
en los llanos del sur. Los dirigentes liberales en el parlamento lo señalan
como un aventurero sin representación del partido, así que el gobierno pone
precio a su cabeza. Establece entonces su cuartel general en Riohacha.
Una
vez le llega un telegrama, poniendoce feliz porque Macondo ya tiene telégrafo;
era una amenaza de que matarían a Gerineldo Márquez pero él amenaza con
asesinar a todos los que tiene del bando contrario. Cuando entra triunfal a
Macondo Gerineldo es el primero en abrazarlo. La casa por la época estaba llena
de niños: Úrsula recogió a Sofía con Remedios, la bella, José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo. El coronel no se ilusionaba con los
triunfos pues sabía el verdadero alcance de ese triunfo, al igual que en el congreso
los liberales mendigaban un puesto. Imaginaba entonces el día en que tuvieran
que tirarse al mar por estar acorralados. Una noche le pide a Pilar Ternera que
le lea las cartas: cuídate la boca es lo único que le dice y días después le
dan un café envenenado. Enfermo se da cuenta que no quemaron sus del pasado
versos y vuelve a escribir. Se da cuenta, confesándole a su Gerineldo, que
pelea es por orgullo. Logra conseguir el dinero de Úrsula para reunirse con los
grupos rebeldes del interior dejando a Gerineldo como jefe civil y militar de
Macondo.
Una
vez le escribe a Úrsula que cuide a su padre pues se va a morir, muriendo
efectivamente a las dos semanas. Regresa una noche a escondidas a Macondo para
llevarse a Gerineldo y Aureliano José a la guerra. Diez días después el gobierno
anuncia el término de la guerra y se da noticias del primer levantamiento
armado del Coronel Aureliano en frontera occidental, siendo derrotado en una
semana, pero sigue tratando de hacer alzamientos. Una vez estuvo cerca de
Macondo pero fue obligado a adentrarse a las montañas y se protegió donde su
padre había encontrado el galeón hace muchos años. Por esa época muere Visitación
y había pedido que desenterraran el dinero bajo la cama para enviárselo a él
pero Úrsula no se atrevió pues decían que el coronel había muerto.
Por
la época en que el capitán Aquiles asesina a Aureliano José, vuelve a tomarse
Macondo con mil hombres. General Moncada, amigo conservador, es captura
intentando escapar; almuerzan en casa de Úrsula a la espera de lo que decidan
hacer los jefes. Úrsula en ese instante siente que el coronel Aureliano Buendía
es un intruso cuando varios hombres registran la casa por seguridad. Deja a
Roque Calcinero a cargo de las reformas y es cuando decide revisar los títulos
de propiedad de las tierras desde hace 100 años y decide anular lo que José
Arcadio había robado. Va y visita a Rebeca para darle la noticia pero es
echado. Úrsula le replica al coronel para que no fusile al general Moncada y lo
defienda ante el consejo de guerra. Ella va con todas las mujeres del pueblo a
defenderlo pero deciden condenarlo y coronel Aureliano no lo defiende. Va
entonces a visitarlo antes del amanecer y le dice “recuerda compadre, que no te
fusilo yo. Te fusila la revolución”. Experimentó entonces un hondo desprecio
por si mismo en ese instante. El general le dice mientras le pasa gafas,
anillo, medalla para que le lleve a su esposa en Manaure, que de tanto odiar
los militares ha quedado igual que ellos, que se volverá el dictador más malo y
sanguinario, siendo capaz de asesinar a Úrsula.
Una
vez Gerineldo le escribe que estaba lloviendo en Macondo pero él responde
agresivo. Dos meses después regresa con tres amantes y las hospeda en la misma
casa. Cuando Gerineldo le dice que necesita instrucciones para la evacuación de
un lugar le responde que le pregunte a la Divina Providencia. Era el momento más
crítico de la guerra, pues los terratenientes liberales y conservadores se
habían unido para que no se revisaran propiedades de los terrenos. El coronel
se satisfacía sexualmente con alguna de las mujeres, pero sabia que su aturdido
corazón estaba condenado para siempre a la incertidumbre. Cuando va a entregar
las cosas del general Moncada, la señora no deja que entre a su casa y aunque
no dice nada siente gran alivio cuando sus hombres se la incendian. “Cuídate el
corazón. Te estás pudriendo vivo”, le decía Gerineldo. Por esta época en una
reunión que él convoca, se destaca como una autoridad tenebrosa un tal Teófilo
Vargas. En pocas horas se apoderó del mando central. Alguien le recomienda al
coronel que aquel hombre debía ser asesinado y al tiempo aparece muerto y
asumiendo el coronel el mando central. Empezó desde aquí a sentir mucho frio
por mucho tiempo y mando a matar a aquel que propuso asesinar al indio.
Extraviado
en la soledad de su poder empezó a perder el rumbo. Sentía falsa a la gente que
lo aclamaba en los pueblos. Pensaba que sus oficiales le mentían. Se cansó del círculo
vicioso de la guerra que siempre lo encontraba en el mismo lugar. No pasaba
nada. Solo, abandonado por los presagios, huyendo del frio, vuelve a Macondo,
al calor de sus recursos más antiguos.
Cuando
va la comisión de su partido a negociar, demora mucho para hablar con ellos, y
estos lo que querían en primer lugar era que no se hiciera la revisión de los
títulos de propiedad de tierra para recuperar el apoyo de terratenientes
liberales, y que, en segundo lugar, se renunciara a la lucha contra la
influencia clerical para obtener el respaldo católicos, y por ultimo renunciar
a aspirar igualdad de derechos entre los hijos naturales y los legítimos para
preservar integridad de los hogares. “Quiere decir que solo estamos luchando
por el poder”, dijo sonriendo. Uno de sus asesores dice que es contrasentido esto
que se propone pero el coronel lo detiene. Firma, pues lo importante es que se está
luchando por el poder, irónicamente. Gerineldo le dice que eso le parece una
traición, así que el coronel le pide las armas y lo deja a cargo de la comisión
que lo sentencia a muerte. Úrsula le dice que apenas vea el cadáver de
Gerineldo ella misma lo busca y lo asesina. Se pasa esa noche rompiendo el
caparazón de su soledad y recuerda que las únicas veces de felicidad después de
que conoció el hielo fue las que estuvo en el laboratorio haciendo pescaditos
de oro. Tuvieron que pasar treinta y dos guerras y escapar de la muerte varias
veces para descubrir cuarenta años después los privilegios de la simplicidad.
Libera entonces a Gerineldo y le dice que lo acompañe a acabar la guerra.
Necesitó un año para que el gobierno promoviera las condiciones de paz y otro año
para convencer de que aceptaran. Nunca fue más guerrero ni se sintió mejor que en
esta época, pues ahora luchaba por sus ideales de libertad.
Vuelve
a su casa después del armisticio y no reconoce a Amaranta que le muestra la
venda que recuerda de la vez que le iban a fusilar “que horror, como se pasa el
tiempo”. Sin embargo, pensando Úrsula que él envejecería en casa, vio que ya
había pagado la cuota a la muerte incluso de envejecer. El coronel no reconocía
el cambio de toda la casa. Permaneció toda la tarde en el corredor sin botas viendo
llover. Piensa Úrsula, viéndolo extraño, que si no era la guerra era la muerte,
como un presagio, así que al comer le dice que si se va a ir que por lo menos
trate de recordarlos como esa noche. Ahí se da cuenta que ella es la única que
ha podido desentrañar su miseria, pero no siente nada por ella al ver lo mucho
que ha cambiado desde el incidente de la olla. Al único que recuerda a pesar de
la guerra es a José Arcadio, pues su unión era a través de la complicidad.
Empezó
a enterrar armas y a regalar todo lo impersonal menos el daguerrotipo de
Remedios que Úrsula no dejó. Cuando el médico personal le cura golondrinos,
días después le pide que le diga donde estaba el corazón y se lo marca. El
martes del armisticio está de cumpleaños;
se va sin afeitar, más atormentado por el dolor de los golondrinos que
por “el inmenso fracaso de sus sueños”, pues había llegado al término de toda
esperanza. Despues de firmar el tratado de Nerlandia, va a su campamento y a
las tres y cuarto se dispara en el punto que le señaló el doctor en el corazón,
pero no muere.
La
gente vuelve a decirle que proclame otra guerra y él espera una excusa para
ello, la cual es que el gobierno no reconocerá la pensión a los combatientes
hasta que se revisen uno por uno. Envía una carta para que solucionen esto en
quince días pero entonces refuerzan su casa y la de otros con el ejército. Varios
contrincantes por la época ya estaban muertos, o expatriados, o trabajando en el
gobierno. En diciembre abandona el cuarto y le basta una mirada al corredor
para no volver a pensar en la guerra, pues Úrsula había remodelado la casa.
Cuando
el coronel Aureliano Buendía vuelve a abrir el taller seducido por los encantos
pacíficos de la vejez, Aureliano Segundo quiere seguir allí con él pero el
recuerdo de Petra lo hace irse por la época en que ella vende conejos. Cuando Remedios,
la bella, es coronada reina, Aureliano se desentiende de la realidad nacional y
se dedica de lleno a los peces de oro. Vendía uno por moneda y las transformaba
de nuevo en peces. En ese trabajo tan ocupado no había vacío para la desilusión
de la guerra. Envejeció por esto más que todos los años de guerra pero ahora
tenía tranquilidad espiritual: “el secreto de la vejez no es otra cosa que un
pacto honrado con la soledad”. El
gobierno, en el tiempo en que nace Renata Remedios, decide celebrar el aniversario
por el tratado de Neerlandia, pero Aureliano se pronuncia en contra y la casa
se llena de viejos abogados que antes estuvieron en la guerra. Inclusive el
propio presidente iría a Macondo para imponer orden de mérito, pero les dijo
que lo dejarán en paz, que solo era un artesano sin recuerdo con ganas de morir
en el olvido y la miseria con sus peces de oro. Amenaza al presidente con un
tiro por molestar un viejo que no hace daño a nadie. Gerineldo aparece entonces
cargado en una base de colchones por cuatro hombres y se da cuenta a qué va, así
que le dice que lamentaba no haber dejado que lo fusilaran pues le habría hecho
favor. Dicha celebración coincide con el
carnaval. Úrsula toca entonces la puerta y están sus 17
hijos que llegaron del litoral sin conocerse y sin previo acuerdo, solo por el
ruido. Estos se quedan por tres día y antes de irse les regala de a pescado de
oro.
Tuvo
el presentimiento de que algo malo le pasaría a sus hijos cuando vio al gringo
en un convertible y que la gente había cambiado, que ya no era la gente de la
guerra. Los funcionarios locales fueron sustituidos por forasteros y se van a
vivir con los gringos. Lo atormenta entonces la idea de no haber continuado la
guerra. Por esos días un “policía” mata a machetazos a un niño y decapita a su
padre, así que el coronel grita que armará a sus muchachos y acabará con los
gringos. Por esto, empiezan a matar a sus 17 hijos buscándolos por el litoral.
Solo logra escapar Aureliano Amador. Sentía una rabia seca, una impotencia. Deja entonces de fabricar pescados, come poco
y mastica una cólera sorda. Vuelve entonces su furia de joven. Se vuelve tan
insensible que no reconoce ni a su padre una vez que Úrsula llora a sus
rodillas en el árbol y que le manda a decir que pronto morirá. “Uno no se muere
cuando debe, sino cuando puede”.
Aureliano
Buendía empieza a codiciar las monedas de oro del santo partido pero Ursula se
niega rotundamente a dárselas. Es tanto el dinero que desea que hasta Aureliano
Segundo queda perplejo. Los viejos copartidarios se esconden de él cuando va a
buscarlos. “La única diferencia entre liberales y conservadores es que unos van
a misa de cinco y los otros a la de ocho”.
Sin embargo, pidiendo allí y acá en ocho meses tiene más que Úrsula. Visita
entonces a Gerineldo, ya enfermo, que posiblemente el único que podría mover los
hilos revolucionarios de nuevo, pero este simplemente se niega y le parece que
Aureliano Buendía ha envejecido demasiado. Después del tratado, Gerineldo quedó luchando
por la pensión, y algo peor que la guerra de veinte años era la espera eterna
por esta.
Por
la época en que preparaba a José Arcadio para el seminario, Úrsula hizo una recapitulación
de todo desde la fundación de Macondo, y se dio cuenta que Aureliano Buendía no
había querido nunca a nadie, ni siquiera a Remedios, y que su guerra no fue por
ideales sino por soberbia. Era simplemente un incapacitado para el amor. Cuando
dio un llanto en el vientre de Úrsula, ella recordó que José Arcadio Buendía
dijo que sería ventrílocuo, pero se dio cuenta que era una señal de la
incapacidad para el amor. Desde que
Gerineldo rechazó volver a hacer la guerra, él no salió de laboratorio. Solo le
visita el peluquero. Sigue haciendo pescaditos de oro pero ya no los vende.
Hizo una hoguera con las muñecas que eran de Remedios.
Una
mañana, 11 de octubre, se le vuelve a ver en casa y va por un café. Sofía le
pregunta qué día es; martes, 11 de octubre. Recuerda entonces a una mujer de
hace muchísimo tiempo que había preguntado lo mismo ese mismo día. A pesar de dicha
evocación, no tuvo conciencia de hasta qué punto los presagios lo habían abandonado.
Cuando completaba veinticinco pescados de oro los volvía a fundir y empezaba de
nuevo. Se acostó después a dormir en la hamaca después de comer. Soñó aquel día
que estaba en una casa vacía y blanca, que era el primero en entrar allí, y
recuerda que ya había soñado varias veces eso pero solo era posible recordarlo dentro
del sueño. Lo despierta entonces el peluquero pero le dice que vuelva el
viernes. Recordó que era martes y que José Arcadio Segundo no iría porque era la
paga en la fábrica bananera. Recordó por esto a Gerineldo y que le había
prometido hace mucho encontrarle un caballo con una estrella blanca en la cabeza.
Después derivo en episodios desordenados sin clasificarlos pues había aprendido
a pensar en frio para que los recuerdos ineludibles no le lastimaran un
sentimiento. A las cuatro y diez iba a
orinar al árbol cuando escuchó sonidos de circo. Por primera vez desde su juventud pisó conscientemente
una trampa de la nostalgia y revivió la prodigiosa tarde de gitanos en que su
padre lo llevó a conocer el hielo. Sofía salió y él también aplazando la
orinada y vio un elefante con un mujer encima vestida de oro, un dromedario
triste, un oso vestido de holandesa y los payasos al final, después le vio otra
vez la cara a su soledad. Fue entonces al castaño pensando en el circo mientras
atinaba, y trato de seguir pensando en el circo pero no encontró el recuerdo.
Se quedó como un pollito con la cabeza entre los hombros y la frente pegada al
árbol, muerto.
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